El jueves pasado estuve charlando con unos amigos acerca de qué "super poder" escogería si fuese posible. El primero que se me pasó por la cabeza es el de invisibilidad, pero rápidamente salió el de inmortalidad. La verdad es que, por mucho que digamos que la gracia de la vida está en que tiene final, creo que todos firmaríamos por la inmortalidad. Porque no sé vosotros, pero a mí me acojona morirme. Las cosas como son. De hecho, he leído bastante acerca de cómo afrontar la muerte o de cómo ayudar a afrontarla (gajes del oficio) y, sinceramente, no hay una manera de afrontar la muerte. Es lo que yo llamaría "resignación positiva" a lo que es inevitable. Es resignación porque no nos queda otra, es imperativo y va a ocurrir, tarde o temprano y es positiva porque al menos, al hacer un baremo, nos gusta lo que hemos hecho aquí (para la gran mayoría). Supongo que tendemos a ver lo bueno al final del camino, por aquello de "a ver si nos salvamos". Sinceramente no creo que una persona se pueda medir tanto por sus acciones sino como por sus intenciones y no, no me refiero a que "el fin justifica los medios" ni mucho menos. Pero si una persona tiene intención buena (dentro del marco ético correcto o socialmente aceptado por conveniencia y por supervivencia) no debería tener miedo de salvarse si eso fuese posible. El caso es que, por mucho que lo pienso, me parece muy poco probable que San Pedro tenga una lista de toda la gente buena y te esté esperando frente a unas puertas grandes y doradas para entrar al cielo. Y de verdad que con esto no quiero frivolizar, respeto y de hecho, admiro, a todo aquel que sea capaz de creer fervientemente en que hay algo después de la muerte, que esto no es solo un pasar y ya está, que nuestras acciones tienen consecuencias terrenales y extraterrenales. En fin, aquí dejo mis divagaciones existenciales, que me angustio.
Sed felices.