Todo
el mundo me dice que soy un culo inquieto. Y así es. No paro ni un momento, ni
siquiera para recobrar el aliento. Esto tiene sus consecuencias, buenas y
malas. Cuando viajas tanto es muy probable que lo acabes haciendo en la mayor
parte de las ocasiones, solo. Es muy difícil encontrar a alguien que quiera y pueda
seguirte el ritmo. Por eso, no es ya raro encontrarme en ciudades desconocidas
rodeada de gente pero sola. Con ese sentimiento de incompletud que se hace eco
en todas las caras desconocidas que alrededor de mí se arremolinan. A veces me
lanzo a interactuar con el medio, a veces me apetece quedarme dentro de mi
cabeza y reflexionar sobre mí, sobre todo y sobre nada.
Cuando
te mueves tanto, es complicado mantener relaciones estables. Las amistades se
mantienen, pero a duras penas. Cuando te marchas te das cuenta de la relativa
importancia que algunas personas tienen en tu vida. Cuando te vas de viaje,
necesitas menos de ese contacto humano continuo al que las redes sociales y
demás tecnologías nos han hecho adictos. Porque tienes tu mente en otra cosa, y
no en la pantalla de inicio de tu explorador web.
Hablando
con una amiga, sobre estos ataques de vacío existencial que me entran de vez en
cuando, me dijo tajante “no te puedes quejar, si viajas tanto… ¿cómo pretendes
tener una relación que dure más de un fin de semana?”. Y cuánta razón tiene, y
qué dureza en su veraz sentencia. Sin embargo, tras mucho darle vueltas creo
que en realidad, aquello de lo que he estado “huyendo” es lo que realmente
quiero. Por supuesto que me encantaría vivir un romance de cuento de hadas,
pero no cambiaría mis historias de amor por las de ningún otro. Porque entre
otras cosas, a pesar del dolor inflingido, son historias que me encanta
recordar porque hacen de mi vida algo relevante, aunque sea para mí. Pero sin
desviarme de lo que quería decir, aquello de lo que yo, y la gran mayoría de
las mujeres huímos, es de una vida sin un “gran amor”, temiendo que si nos
entregamos demasiadas veces al final acabemos perdiendo la capacidad de
identificar de lo que es real y lo que no.
Yo
por fin he aceptado que no soy así. No me gusta atarme a nada ni nadie que no
sea yo misma. Lo sé porque cuando me han intentado atar, rápidamente he echado
a correr. Algunos lo llamarán miedo al compromiso, yo lo llamo ser sincera
conmigo misma. Creo que todo tiene un momento y un lugar y que, cuanto más lo
forcemos, con menos nos tendremos que conformar. Vida solo hay una y no quiero
vivirla frustrada por no “conseguir” lo que supuestamente está establecido que
se tiene que conseguir. Para mí, mi fin último, es realizar un trabajo
importante. Con esto no me refiero a un trabajo conocido por todos, sino un
trabajo que me permita irme a casa cada día sabiendo que estoy un poco más
cerca de hacer de este nuestro mundo, algo mejor. Sí, soy una idealista en ese
sentido.
Por
eso creo que, al final el tanto viajar, el no quedarme atada en un sitio, es mi
manera de evitar quedarme clavada cuando apenas he empezado a volar. Mi vida
adulta acaba de empezar, justo ahora he aprendido a manejar las riendas y no
pienso parar hasta que no considere que ha sido suficiente… que no tiene por
que suceder nunca o puede suceder mañana.
Mi
mensaje es que debemos dejar de amargarnos por conseguir lo que todo el mundo
espera que consigamos y empezar a vivir la vida pedazo a pedazo, porque al
final todos vamos a morir. Eso no lo cambia nadie, y lo que marca la diferencia
es cuando miramos atrás y no nos tenemos que arrepentir de nada… ni de lo que
hicimos ni de lo que dejamos de hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario