Acabábamos de terminar el curso por el mes de junio cuando recibimos una invitación a un congreso de cardiología para estudiantes de medicina. La verdad es que fue inesperado, puesto que no habíamos oído hablar de tal congreso. Aún así como estábamos de vacaciones unos amigos y yo decidimos ir.
Era un día cálido y soleado de verano. De esos que te ponen de buen humor simplemente porque sí. Cogimos el coche ranchera de un amigo y nos dirigimos hacia el congreso, que tendría lugar en una pequeña masía en un pueblo de algún lugar. Cuando llegamos allí había más coches aparcados, no éramos los primeros en llegar, de hecho éramos los últimos. Decidimos dejar el equipaje en los maleteros y no cogerlo hasta después de la charla introductora, a la que llegábamos ligeramente tarde.
Al entrar estaba todo bastante envejecido, pero limpio. Seguimos las indicaciones hacia el salón de actos donde había unas 30 personas contando con nosotros. La única luz que había procedía de una gran pantalla blanca en el fondo de la sala.
Al sentarnos empezó a sonar una voz en off: "vamos a ir llamando por nombre y apellidos a las personas para ir entregando las acreditaciones". Por fin mi nombre sonó, el primero de todos mis compañeros. Ojalá hubiese sabido que tras entrar tardaría mucho más de lo esperado en salir.
Al entrar en la siguiente sala, recibí un golpe en la nuca con algo contundente. Lo siguiente que recuerdo se estar en la cama alta de una litera esposada a la misma y con el peor dolor de cabeza de mi vida. Miré a mi alrededor, aturdida. Estábamos en lo que parecía un granero. Muchas más literas a mi alrededor con gente igual de aturdida que yo, todos vestidos con una sábana vieja y sin zapatos. Estaba todo oscuro y mi visión borrosa. No entendía nada, empezaba a sudar y la histeria se apoderaba de mi cuerpo ¿Dónde estaba?¿Por qué me habían golpeado?
De pronto, se abrió la puerta principal de metal, lo suficientemente grande como para que entrase un tractor. Nunca olvidaré su cara, era un señor claramente rural, calvo y bajito, fuerte. Tenía la mirada extraviada, imposible adivinar lo que estaba pensando. Su boca estaba torcida hacia la derecha, como si le diese asco lo que estaba viendo.
De pronto, se abrió la puerta principal de metal, lo suficientemente grande como para que entrase un tractor. Nunca olvidaré su cara, era un señor claramente rural, calvo y bajito, fuerte. Tenía la mirada extraviada, imposible adivinar lo que estaba pensando. Su boca estaba torcida hacia la derecha, como si le diese asco lo que estaba viendo.
Entonces, se paró en la litera que estaba inmediatamente después de la mía y señaló al chico que estaba debajo. Sin mediar palabra y amenazándole con una porra (probablemente la que había usado para noquearnos) le quitó las esposas y le llevó al centro de la sala. Hasta entonces no me había fijado pero estaba lleno de aparatos para toda clase de torturas. Desde las cosas más burdas como mazas y martillos hasta algo que parecían catéteres. No entendía nada de nada.
El chico en cuestión que había sido seleccionado para satisfacer la macabra afición del anfitrión se sentó en una mesa. El hombre le puso la mano sobre un madero y empezó a atizarle los dedos con la misma porra. Los gritos de dolor fueron lo más espeluznante que había oído hasta el momento, aunque todavía no había visto nada.
Cuando había terminado de mutilar la mano de mi compañero, su mueca de asco cambió a una de satisfacción o más bien de placer. Le volvió a esposar y se fue. Inmediatamente todos nos volcamos sobre el pobre chico que estaba en una tremenda agonía. Nada podíamos hacer no teníamos ni agua ni vendas, además de que las esposas no nos dejaban movernos de la cama.
Así se sucedieron los días, con torturas nuevas y tremendas. De hecho un día, descubrí para qué servían los catéteres. Una chica trató de escaparse y fue cuando oí hablar a ese hombre por primera vez, era la misma voz en off del primer día: "A los que se porten mal, les tocarán los peores castigos"... Preparó una mesa cuidadosamente, sedó a la chica y comenzó un cateterismo, ese hombre tenía que ser médico, de otro modo no sabría hacer esas cosas. Empezó a hablar "A mi en la carrera me enseñaron a curar, pero yo lo que quería era hacer lo contrario. Un procedimiento mal hecho... y voilà miocardiopatía a la carta".
Un día, me señaló a mí. Me había llegado el turno pero yo solo pensaba en como escapar de ahí. Me daba igual el castigo, tenía que intentarlo. En cuanto me desesposó, como todavía estaba en la cama superior de la litera, me abalancé sobre él y le tiré al suelo. Salí corriendo por la puerta principal y logré meterme en el campo de trigo que rodeaba la masía. Corrí como no había corrido en mi vida, ni siquiera sentía el dolor en mis pies ni el cansancio. Sólo quería salir de ahí, como fuese.
Y por esto comprenderéis que hoy no he dormido muy bien.