Aunque yo sea de las personas que dicen tener integridad, no me creáis. Hay pocas cosas, o más bien pocas personas que pueden hacerme perder mi dignidad, pero las hay. Independientemente de que lo haga a propósito o no. Simplemente consiguen, sin proponérselo normalmente, que me humille. De hecho, lo hago muy bien yo solita. Me cuesta mucho ver los límites cuando hay sentimientos de por medio. Me encanta escucharme dando consejos sobre cómo no arrastrarse por nadie ni dejar que te pisen, cuando yo soy experta en ambas cosas. No es que lo haga a menudo, pero es que lo hago muy bien.
Cuando alguien te ha demostrado por activa y por pasiva que no eres más que un entretenimiento que le ayuda a evadirse de su aburrida vida, que no le importas ni medio pimiento (a pesar de que te diga que eres muy especial, porque claro te quiere mantener cerca) sigues intentando obtener ese aprecio que tanto necesitas. Esas palabras de aliento, que aunque falsas no son vacías de significado. Es triste necesitar a alguien porque necesitas que te digan lo bueno que hay en tí, aunque sea con fines egoístas (ya nos sabemos lo del perro del hortelano... ni come ni deja comer). Pues eso, que desde aquí me hago un llamamiento a mí misma para hacer ejercicio de contención y dejar de soñar despierta con cosas que no van a pasar y menos a intentar hacer que se hagan realidad con atentos estúpidos (y suicidas sentimentalmente hablando) que dejen mi personalidad por los suelos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario