domingo, 9 de agosto de 2009

Mi único error fue quererte...

Mi único error fue quererte, querer tenerte siempre entre mis brazos

Y es que los lazos de este amor no se basaban solo en verte

O en tenerte siempre en mi pensamiento

Sabe Dios que nunca miento si te digo que te quiero.

Y quisiera raptarte y llevarte conmigo a donde los miedos se mueren y la tristeza se ha ido.

Y quisiera besarte, abrazarte, hacerte mío donde lo demás no importa y se queda en el olvido.

Te prometí un castillo de besos, de esos que quitan el sentido, te prometí una vida, te prometí un destino.

Tú prometiste un universo. También amarme siempre y estar siempre en mi camino.

Pero tu universo se apagó y el camino se ha borrado. Las flores que un día plantaste hoy se han marchitado.

Sueño contigo dormida, despierta, sola y acompañada. En mis mejillas se suicidan dos gotas de agua salada.

Hoy mi cama está vacía, baldía, abandonada: echa de menos tu calor, tus caricias y tu mirada.

Y mi vida sigue aunque esta historia está acabada. Y tengo sin remedio mi alma a cal y canto cerrada.

Y aún tengo la esperanza de que un día vengas a verme, que digas que me añoraste y no dejaste de amarme.

Y aún espero inquieta a que se aclare tu mente

Y te susurraré al oído que mi único error fue quererte…

Dedicada a JM 02/08/09

Aletheia

Di que me quieres

Di que me quieres y llegaré al fin del mundo,
pues por ti no hay camino largo, río estrecho o mar porfundo.
Di que me quieres y construiré un castillo de besos,
que uniendo tus labios y los míos en tu memoria quedarán presos.
Di que me quieres y subiré volando hasta el cielo,
bajaré para ti la luna si en verdad ese es tu anhelo.
Di que me quieres y recorreré mil desiertos
si al final del camino me esperan tus brazos abiertos.
Di que me quieres y soportaré la más feroz tormenta y la más cruel tempestad
si me dices que me quieres, si lo dices de verdad...
Dedicada a JM, 14/04/09
Aletheia

La más sincera declaración de amor

Puede parecer que soy avariciosa. Pero espero que me entiendas.

No quiero un beso, quiero millones de besos contigo.

No quiero un día a tu lado, sino todos los días.

No quiero una risa o una lágrima, quiero toda la alegría y felicidad que sea capaz de darte y toda la tristeza que pueda borrar de tu vida.

No quiero un momento, quiero una vida.

No quiero una mañana, una tarde o una noche: quiero amanecer viéndote despertar, quiero pasar mi día contigo y quiero dormirme en tus brazos.

No quiero ver cómo te levantas, sino verte caer y ofrecerte mi mano.

No quiero verte reír, quiero mirarte y saber que soy la causante de tu risa.

No quiero contemplar tus ojos una vez, sino una y mil veces hasta que se confundan con los míos.

No quiero un hueco en tu corazón, sino ser tu corazón.

No quiero darte un soplo de aire, sino ser el aire que respiras.

Dedicada a JM, 16/07/09

Aletheia

Hombre gris

Ahí va andando un hombre gris. Tan gris como la ceniza del cigarro que porta entre sus labios y tan gris como su existencia. Marcha andando despacio por las calles de la cuidad. Toma el mismo autobús gris que le conduce como cada fatídico día a un trabajo rutinario, aburrido, monótono y por supuesto gris. A su alrededor todo es triste y amargo. Cuando él pasa todo se nubla, se borran las sonrisas y se marchitan las flores. Se mira en el espejo y solo ve reflejado a un hombre gris con el pelo gris y los ojos de un gris gastado de esperar y esperar. Su gesto delata cansancio y aburrimiento pero sobre todo tristeza. Tristeza porque nunca supo ni sabrá sonreír. Tristeza porque todo es igual siempre y no importa lo que él haga por intentar cambiarlo. Tristeza porque es consciente de que su vida es monocolor y que la única tonalidad que es capaz de distinguir en ella es el gris. Solitaria casa gris en el centro de una ciudad gris frente a una plaza gris con palomas grises que vuelan desorientadas con un cielo gris de fondo.

Y es entonces cuando un día la ve al otro lado de un paso de cebra. Sabe que la ha visto porque algo ha cambiado. Por primera vez en su vida ha visto más de un color. Y no sólo más de uno, sino que todos los colores del mundo irradian de ella. Rojos, anaranjados, violetas, azules, verdes, rosados y amarillos se mezclan sin ton ni son pero en perfecta armonía en un solo punto. El hombre gris palpa su pecho y se asusta. A su alrededor el tiempo pasa lento mientras ella cruza de un lado a otro de la calle. Pero su corazón (dormido hace tiempo por la esperanza perdida) late acelerado ante esta visión que no conoce. Entonces decide seguir a esa luz coloreada. No sabe por qué pero ha decidido que hoy su trabajo gris puede esperar.

Intenta describirla con una palabra, pero es imposible. Es alta y delgada y su pelo negro, liso y corto. El hombre gris ve cómo por donde ella camina comienzan a surgir colores donde antes no los había. Ella camina sin prisas por la acera contemplándolo todo con una sonrisa en la cara. Camina ajena a los sentimientos de un hombre bueno que la sigue. Camina ignorando que le ha cambiado la vida. Y sobre todo camina sin saber que en unos instantes su propia vida va a cambiar…

Aletheia

jueves, 6 de agosto de 2009

Una noche por Madrid

Ella caminaba despacio, saboreando cada segundo que pasaba a su lado. El viento se enroscaba en su pelo, como los dedos de ambos. A paso acompasado, miradas furtivas y deseos incontrolados. Todo ello en una calle intransitada de Madrid. Todo ello sin nada que decir, sólo cosas que sentir, que escuchar, que oler, pero sin pronunciar una palabra.
Seguía caminando, pero algo extraño pasaba. Los pasos acompasados no eran tan contundentes, el eco era de una sóla pisada. El viento ahora se enroscaba en sus dedos, vacíos. No palpaba más que aire. La mandíbula desencajada y visión nublosa.
Ahora lo entendía todo, estaba soñando despierta, o más bien alucinando. Se acordaba del momento en el que todo empezó. Esa copa que se pidió, no sólo llevaba ron y coca cola. Era algo más. Algo que al principio vino acompañado de euforia y que ahora sólo le dejaba un mal sabor de boca por el vómito que había provocado.
Sóla en la calle, sabiendo que cualquier persona podría hacerle lo que quiera, tenía miedo y sus rodillas cedieron. Su cuerpo se posaba sobre el suelo. Los minutos pasaban como horas y ella sólo deseaba que todo pasara. Quería llegar a casa y sentirse segura, pero su cuerpo había pasado a ignorar sus pensamientos, estaba dividida en dos.
Se sentía estúpida, titubeando con voz temblorosa, anhelando que alguien le sacara de ese agujero. Pero nadie llegaba, nadie. Entonces cerró los ojos, dejando ganar al cansancio.