viernes, 16 de mayo de 2014

La inestabilidad como fin



Todo el mundo me dice que soy un culo inquieto. Y así es. No paro ni un momento, ni siquiera para recobrar el aliento. Esto tiene sus consecuencias, buenas y malas. Cuando viajas tanto es muy probable que lo acabes haciendo en la mayor parte de las ocasiones, solo. Es muy difícil encontrar a alguien que quiera y pueda seguirte el ritmo. Por eso, no es ya raro encontrarme en ciudades desconocidas rodeada de gente pero sola. Con ese sentimiento de incompletud que se hace eco en todas las caras desconocidas que alrededor de mí se arremolinan. A veces me lanzo a interactuar con el medio, a veces me apetece quedarme dentro de mi cabeza y reflexionar sobre mí, sobre todo y sobre nada.
Cuando te mueves tanto, es complicado mantener relaciones estables. Las amistades se mantienen, pero a duras penas. Cuando te marchas te das cuenta de la relativa importancia que algunas personas tienen en tu vida. Cuando te vas de viaje, necesitas menos de ese contacto humano continuo al que las redes sociales y demás tecnologías nos han hecho adictos. Porque tienes tu mente en otra cosa, y no en la pantalla de inicio de tu explorador web.
Hablando con una amiga, sobre estos ataques de vacío existencial que me entran de vez en cuando, me dijo tajante “no te puedes quejar, si viajas tanto… ¿cómo pretendes tener una relación que dure más de un fin de semana?”. Y cuánta razón tiene, y qué dureza en su veraz sentencia. Sin embargo, tras mucho darle vueltas creo que en realidad, aquello de lo que he estado “huyendo” es lo que realmente quiero. Por supuesto que me encantaría vivir un romance de cuento de hadas, pero no cambiaría mis historias de amor por las de ningún otro. Porque entre otras cosas, a pesar del dolor inflingido, son historias que me encanta recordar porque hacen de mi vida algo relevante, aunque sea para mí. Pero sin desviarme de lo que quería decir, aquello de lo que yo, y la gran mayoría de las mujeres huímos, es de una vida sin un “gran amor”, temiendo que si nos entregamos demasiadas veces al final acabemos perdiendo la capacidad de identificar de lo que es real y lo que no.
Yo por fin he aceptado que no soy así. No me gusta atarme a nada ni nadie que no sea yo misma. Lo sé porque cuando me han intentado atar, rápidamente he echado a correr. Algunos lo llamarán miedo al compromiso, yo lo llamo ser sincera conmigo misma. Creo que todo tiene un momento y un lugar y que, cuanto más lo forcemos, con menos nos tendremos que conformar. Vida solo hay una y no quiero vivirla frustrada por no “conseguir” lo que supuestamente está establecido que se tiene que conseguir. Para mí, mi fin último, es realizar un trabajo importante. Con esto no me refiero a un trabajo conocido por todos, sino un trabajo que me permita irme a casa cada día sabiendo que estoy un poco más cerca de hacer de este nuestro mundo, algo mejor. Sí, soy una idealista en ese sentido.
Por eso creo que, al final el tanto viajar, el no quedarme atada en un sitio, es mi manera de evitar quedarme clavada cuando apenas he empezado a volar. Mi vida adulta acaba de empezar, justo ahora he aprendido a manejar las riendas y no pienso parar hasta que no considere que ha sido suficiente… que no tiene por que suceder nunca o puede suceder mañana.
Mi mensaje es que debemos dejar de amargarnos por conseguir lo que todo el mundo espera que consigamos y empezar a vivir la vida pedazo a pedazo, porque al final todos vamos a morir. Eso no lo cambia nadie, y lo que marca la diferencia es cuando miramos atrás y no nos tenemos que arrepentir de nada… ni de lo que hicimos ni de lo que dejamos de hacer.